Hoy tuve un día muy difícil, con algunas tensiones. Me hice a la caminata con más adrenalina que de costumbre, empujando con bríos cada paso.
Crucé en el camino un par de caballo sueltos, que pastaban ajenos a todo. Recordé entonces la inversa proporción entre la felicidad y la conciencia.
Nadie sabrá por mi de estos caminos: Vendré hasta que se conozca lo que escribo. Algunas veces, alguien dice: «Te contaré un secreto» Yo creo que un secreto que se cuenta no es secreto… Tal vez una confidencia, pero no un secreto.
Llegué aturdido de ideas, al paraíso aquel, al templo encontrado… porque ¿qué es un templo, sino un observatorio para mirarse por dentro?
Busqué mi roca favorita y me senté a contemplar el todo, resumido en 50 metros de diámetro.
Allí, en el cielo, está el Sol, enorme globo cuyas reacciones nucleares generan toda nuestra energía… y mucha más que se pierde en el espacio.
La energía y la materia son dos estados diferentes de la misma cosa. El Universo ha estado formado siempre por un equilibrio variable de materia y energía, que en sus interacciones, en sus etapas transitorias, crean globos de tiempo para ambientar la existencia.
Entender que algo existió siempre, es un problema insoluble para nuestra mente pequeña, adaptada a brevísimos ciclos de comienzos y finales. Pero el espacio y su contenido, ese balance fundamental, han existido y existirán infinitamente.
Las más pequeñas cápsulas de energía se ordenan para crear lo tangible, en organizaciones que aún estamos lejos de conocer con detalles. Las partículas forman nubes, estrellas, planetas… rocas y células, árboles, insectos, pasto, perros, o seres humanos.
Estamos todos hechos de lo mismo.
Por eso sostengo a menudo, que todo ser vivo merece respeto.
Todos somos hermanos de esencia y ocupamos roles diferentes, como ocurre en todo sistema complejo.
Convivir exige saber que no somos algo cuya importancia exceda a la del resto, sino parte, concreta, real y pasajera del Universo.
Somos como la onda del mar, una forma que comienza y termina, va y viene, dibujada en la sustancia indivisa del agua. La onda desaparece y el agua queda, libre de nuevas formas.
Todo es cambio, y nuestra existencia, apenas es un minúsculo segmento.
Miro el entorno… hojas, ramas, rocas, agua, Sol, insectos y buitres, aire y pasto. Todo es esencialmente lo mismo.
Nada me diferencia salvo la estructura circunstancial de mi materia.
¿Cómo es posible, entonces, que algunas personas se consideren más importantes, y discriminen a otras? ¿Cómo es posible que haya quien no respete a las demás especies animales o vegetales, a la piedra misma, a las estrellas?
No se con precisión qué es el alma, pero respondería que una expresión paralela de la energía… Diría que está vinculada a ese algo fundamental de lo que todo está hecho.
Si es así, primero fue la energía, y después las partículas, los átomos, las moléculas, las células, los seres complejos, en estructuras tan complicadas que sólo pensarlo me maravilla.
Pronto habrá estrellas dibujadas en la noche. Son tantas que contarlas es una tarea imposible, y se extienden por distancias tan grandes, que nuestra minúscula expresión nos asusta.
Pero vengo más cerca. Este lugar está poblado de vegetación y contar las hojas sería muy largo… cada hoja contiene muchas células y cada célula infinidad de moléculas… y podría viajar al micromundo sin descanso ni final, para solo multiplicar y multiplicar números sin límite conocido.
La pendiente tiene más objetos esta tarde, más espinas y ramas que apartó como puedo para llegar a la senda de regreso.
Alberto Vaccaro Pereira
Del Libro: «Reflexiones en la cueva de Pan de Azúcar»