Alfredo Acosta, conocido cariñosamente como «El Clota», fue una figura fundamental en mi vida. De niño, afectado por la polio en una pierna, él llegaba a mi casa para enseñarme a caminar con fuerza. Alfredo tenía conocimientos de medicina, especializados en huesos, y gracias a ello, sabía cómo ayudarme.
Alfredo era un hombre corpulento y alto, siempre risueño y un gran vecino. Era socialista, soñador de un mundo justo donde a nadie le faltara el pan ni el techo. Por sus ideales, fue detenido y sufrió mucho, pero nunca perdió su alegría ni su confianza en la humanidad.
Leía mucho y tenía una linda biblioteca. Era cariñoso con todos y mantenía amistad tanto con los vecinos del barrio como con artistas del canto popular. A veces, cuando tomaba, se ponía aún más alegre y charlaba con todos. Incluso el cura Isabelino, que era de derecha, lo apreciaba y nunca discutían, a pesar de que Alfredo era de izquierda. Alfredo se hacía entender como un cristiano a su manera, y sentía la fe con cariño y autenticidad.
En lo personal, siempre me alentó a escribir. Me regaló cuadernos y me prestó un libro titulado «Cartas a un joven poeta» de Rilke, del cual aprendí mucho. Hoy, recuerdo con alta estima a Alfredo Acosta, quien me enseñó a caminar a pesar de mi pierna afectada.
Mi recuerdo también va para su esposa Marza y para sus hijas, que hoy viven en Montevideo. Alfredo Acosta fue un hombre de luz, un maestro de vida y esperanza, que dejó una huella imborrable en quienes tuvimos la fortuna de conocerlo.
Roberto Villalba Llamosa
Texto original curado y reescrito por Mónica G. Bueno Imagen descriptiva creada por BloggerPrise.