El Indio Miguel: Crónicas de su vida y el «Ivimaranei» de sus años en Pan de Azúcar – Parte III

El Indio Miguel: Crónicas de su vida y el «Ivimaranei» de sus años en Pan de Azúcar – Parte III

«Me viste rodando como las piedras dejadas indiferentemente a un lado cuando lloré, no supiste que no era sudor, lo que mis callosas manos secaban, no supiste si tenía algo que decirle al mundo, pasaste, pero ahora nada ya importa…»

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Esa comisión luego de censar rápidamente a los ancianos realmente necesitados de Pan de Azúcar y de toda la zona oeste, unos 80 más o menos, y de obtener la más amplia colaboración vecinal, inclusive de los médicos del Centro Auxiliar de Salud Pública, comenzó la asistencia desde todos los puntos de vista, inclusive legal, y con un reparto periódico de alimentos, a domicilio con la menor trascendencia pública posible.

 

Para ello se contó con la colaboración municipal y policial y especialmente, la eficaz como correcta de Carlitos Cedrés, alma mater en el caso, porque no solo se encargaba de distribuir los alimentos y demás, hasta 16 artículos diferentes por vez, incluso tabaco, ropas, mantas, camas, etc, sino aún de hecho, efectuaba una brillante visita social.

Mural homenaje al Indio Miguel en el Museo de Murales al Aire Libre existente en la ciudad de Pan de Azúcar

Al indio y sus compañeros se les arregló la casa que le había hecho Don Severo, poniéndole piso, revocándola, pintando las paredes, etc. Sin perjuicio de las camas nuevas, frazadas, colchones, etc. y los paquetes de alimentos.

Correspondería especificar, asimismo que, desde mucho antes, desde principios de 1966, la comisión Directiva de la Escuela Maternal de Pan de Azúcar, con la Presidencia, entonces de Don Washington Quintela, la vice del Esc. Don Haroldo Pí y la Secretaría de Domingo Piegas Oliú, dispuso que todos los días, a mediodía se enviara comida de la Escuela Maternal (excelentísima comida por cierto), para el indio y sus acompañantes.

Para ello se contó con la colaboración de la Comisaría seccional, por intervención de su titular señor Ferreiro, compañero de la Comisión.

El actual Sargento Don Abel Darío Bonifacio Pereira, entonces Agente de 2ª, recién ingresado al Instituto Policial, era uno de los encarados de ese transporte diario de alimentos.

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Pese a esa excelente comida, el indio de vez en cuando, se cocinaba un buen pucherito, al aire libre y generalmente, al levantar la tapa de la olla constatábamos que entre los boniatos, zapallo y papitas, se agitaba un metro o más de tripa gorda, la más gorda, de Don Miguel no lo dejaba “ni picar”.

Concretamente, durante los últimos años del indio Miguel – querido por toda la población de Pan de Azúcar – , que percibía insignificantes sumas por concepto de pensiones (habiendo trabajado toda la vida, aparentemente no habría logrado jubilarse), no obstante la humildad de su vida, gozaba de la protección del amparo del Juzgado de Pan de la Comisaría seccional, del Centro de Salud Pública (su Director el Dr. Chiflet había ordenado un trato especialísimo para el indio, incluso con baños de inmersión al higienizársele y alojamiento en el Hospital en días muy fríos), de todos los médicos y enfermeras, de la Escuela Maternal, de la Comisión de asistencia a la ancianidad, y de todos los comerciantes locales (nunca vi a un panadero o a un carnicero cobrarlo por lo que compraba).

Todavía no me explico que ocurrió ese 12 de noviembre de 1967, cuando la policía lo trasladó hasta el Hospital y una vez atendido, no permaneció internado en el mismo, como siempre había ocurrido.

Tanto Quintela, como yo, estuvimos en Montevideo y al otro día, cuando nos enteramos que el indio Miguel había estado enfermo el día anterior, inmediatamente tuvimos la noticia, por la policía de que había sido encontrado muerto junto a su cama.

El indio, según investigación de su máximo estudioso y admirador, Ron Eduardo Luciano, habría nacido el 9 de Enero de 1843, en Arerunguá o Sopas, aunque fuera bautizado por la Parroquia de Paysandú. Falleció el 13 de Noviembre de 1967.

Ver (*) a continuación

Fue velado por todo el pueblo en la sede de la comisaría local, e inhumado en el panteón Nº1 (ahora, en el del señor Jecman Blois), correspondiéndole el nº 2274 (chapa de su ataúd).

Más tarde se planificó un gran homenaje popular, con el traslado de sus restos a un sobrio mausoleo que se le pensaba levantar en el Parque de Pan de Azúcar y la denominación de la Avda. principal del Parque con el nombre “Avenida del Indio Miguel”.

(*) Guillermo Rodriguez, Encargado del Cementerio de Pan de Azúcar, Domingo Piegas Oliú y Eduardo F. Acosta y Lara, gran investigador, en Mayo de 1976, en ocasión de la concurrencia de Acosta y Lara a los efectos de examinar los restos óseos del indio.

Nunca se pudo realizar, porque el eufemísticamente llamado “régimen de facto” se atravesó en ese camino.

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Desde que el indio falleció y fue velado por todo el pueblo de Pan de Azúcar que mucho lo quiso, e incluso lo amparó en su última vejez, siempre he pensado que después de la felicidad de su infancia y primera juventud, a la orilla del gran río indio, el río de los Tapes y de los tremendos sinsabores de una vida muchas veces cruel, había culminado su ciclo vital en la mítica tierra sin mal, en el “Ivimarenei” siempre buscado y nunca encontrado por sus antepasados guaraníes.

Domingo Piegas Oliú

Reconstrucción de parte de las palabras dichas por el autor el día 31 de Octubre de 1991, en la sede de la “Casa de la Cultura de Pan de Azúcar, Álvaro Figueredo”, con motivo de la mesa redonda organizada por las Comisiones de Cultura de Pan de Azúcar, en homenaje y recordación del Indio Miguel.

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Contenido en Revista Letras Nº 4 1992 – 1993

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