La esquina a una cuadra de la plaza albergaba el bar y almacén de Doña Sebastiana. Altas paredes de un viejo caserón guardaban historias de sobrios y borrachos, pero también tenía su encanto para nosotros, los niños.
Doña Sebastiana alegró nuestra infancia cuando trajo los futbolitos. Bajo su atenta y seria mirada, los niños del barrio nos entreteníamos con los futbolitos. Antes de cada partida, teníamos que dejar unas monedas.
Hijos de familias pudientes y de familias humildes, todos nos reuníamos felices para compartir la alegría de jugar en la canchita de una mesa. Esa fue una parte esencial de nuestra infancia.
Si nos poníamos a discutir, Doña Sebastiana nos corría y nos gritaba: «¡Se van! ¡Tienen que merendar! ¡Ya está! ¡Vamos, vamos todos a sus casas!». Desde su silla, nos miraba seria, pero al final, qué felices fuimos en esa esquina bajo su cuidado.
Roberto Villalba Llamosa
Texto original curado y reescrito por Mónica G. Bueno Imagen descriptiva creada por BloggerPrise.