«Me viste rodando como las piedras dejadas indiferentemente a un lado cuando lloré, no supiste que no era sudor, lo que mis callosas manos secaban, no supiste si tenía algo que decirle al mundo, pasaste, pero ahora nada ya importa…»
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Pero el destino del tape es el desarraigo y nuestro joven indio no pudo eludirlo. Para el tape, siempre hubo realmente una felicidad perdida, aunque sus hermanos guaraníes deambularon por media América en la búsqueda de un sitio en donde el hombre vivía en eterna juventud y bienaventuranza (Metraux citado por Jover Peralta).
En la búsqueda del reino de Paitití, de la “fuente de Juvencia”, de “el Dorado” y sobre todo, del mítico “invimarenei”, la tierra sin mal, donde no existe el mal.
Para el joven indio llegó el desarraigo, destino de su raza, y como siempre por el mecanismo odioso como injusto de la leva. En el caso, la leva militar. Más tarde, fueron las revoluciones, que al final, lo dejaron para siempre en estas tierras agrestes y hermosas de Pan de Azúcar y su comarca.
Muy poco hablaba de todo ello. Doña Carmen, la hija del indio, me contaba que el padre le había dicho que se había escapado del servicio militar en Salto mismo, y que se había escapado, nadando bajo el agua. Que por tal motivo, se cambió de nombre.
Se llamaría realmente Manual Penayo. Seguramente participó activamente en las dos grandes revoluciones de 1897 y 1904, y casi seguramente en la terrible y sangrienta revolución de 1893 – 1984 entre federalistas y republicanos, que se desarrolló que por los Estados de Río Grande y Santa Catarina, y en los que intervinieron miles de uruguayos. Entre ellos Gumersindo y Aparicio Saravia (nietos de primeros pobladores de Cangussú).
Muchas veces le hablé sobre la Revolución del 70, la famosa revolución de las lanzas, así como el levantamiento de Atanasildo Saldaña en Palomas en 1875 y el pasaje del Gral. Tajes por Salto, doble pasaje, cuando la Revolución del Quebracho y realmente, siempre tuve la impresión de que Don Miguel no recordaba esos acontecimientos que habían causado profunda conmoción en la vida salteña de la época.
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Correspondería especificar, que el Indio, conmigo, no recordaba con precisión los acontecimientos militares, e incluso, los eludía.
Lo cierto resultaría que con motivo de la Revolución de 1897 el indio se afincó en ésta comarca. Habría llegado con gente de Don Juan José Muñoz, y hasta ahora no he podido averiguar si durante la Jefatura Política y de Policía de Don Juan José, don Miguel González había sido desmovilizado, o si cumplía alguna tarea en el contexto del gobierno departamental o de la Policía. Casi seguramente en 1904 lo hizo sirviendo bajo el mismo jefe.
Don Severo Hernández, que ahora tiene 92 años, conoció al indio cuando él, Don Severo, tendría 8 años. Es decir, aproximadamente por el año 1908. El padre de Don Severo, Don Román, era medianero de Don Manuel Rubio y García, en el paraje La Barra. El establecimiento de Rubio, “Estancia, cabaña y colonia Las Flores”, de aquí, de Pan de Azúcar, tenía 3542 hectáreas, y se extendía desde Repecho hasta la barra, o Rincón de Olivera (Pur-Sang, pp 142 y ss.).
El padre de Don Severo hacía agricultura en parte de las 550 hectáreas dedicadas a colonización.
Cuenta Don Severo que el indio trabajó con el padre, Don Román Hernández, por un largo tiempo. Que era hombre maduro, pero no de mucha edad. Unos cuarenta años. Que tomaba mucho, pero que era muy trabajador, y muy bueno (tape por todos los lados). Recuerda que el indio salía con una escopeta, y le tiraba a las lechuzas.
Más tarde, quizás por 1915 o 1916, según más cálculos, el indio se juntó con la señora Sixta González, oriunda de Minas, que era viuda de un señor Motilongo, el departamento de Treinta y Tres. Con esa compañera, posteriormente se habría casado. Al constituir un hogar, el indio dejó de trabajar con el padre de Don Severo. Más tarde a partir de 1940, el señor Hernández, mantuvo una larga vinculación con Miguel González. De hecho, hasta la muerte.
Doña Carmen – Carmen González de Cairo. Viuda de Cairo – manifestó que nació en Pan de Azúcar, el 1º de Julio de 1917, y que su único hermano. Teófilo Miguel, nació en el mismo lugar un año antes. Recordó Doña Carmen que eran chiquitos, que gateaban y que los padres los llevaban al campo, a las “pirvas”.
Don Miguel, el Indio, trabajaba en lo del señor Maneco Bonilla y con la señora plantaban cantidad de verduras. Cuadras de maíz y toda clase de verduras. Criaban pavos y gallinas. Y cuando venían los zorros, el padre, que tenía una gran puntería, les tiraba con el Winchester en la oscuridad.
Que tiraba en la noche (Don Pedro Cancela me contó que el indio, desde lejos, sabía cuándo había una víbora venenosa en las “pirvas”). Doña Carmen aclaró que allí en lo de Bonilla, estuvieron muchos años, que el lugar era muy lindo, que “el arroyo estaba de un lado y el monte para el otro”. Después de ese trabajo, recordó Doña Carmen, que el padre trabajaba zafralmente, arrancando boniatos, y que, más tarde, trabajo con Don Pedro Cancela.
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Necesariamente omitió una cantidad de años en la vida de Don Miguel, y llegó a 1960, aproximadamente, cuando Don Severo le dio el terrenito del ombú, para que allí viviera. Le hizo un modesto ranchito, que se quemó, o lo quemaron y me contó ahora, Don Severo: “Y le hice otro, que fue el que Uds. le hicieron piso, revocaron las paredes y eso…”
Se refería Don Severo a algo que ocurrió en Pan de Azúcar a principio de 1967. Ante grandes atrasos en el pago de las pensiones de los ancianos, en Pan de Azúcar se formó una comisión para la asistencia a domicilio de los ancianos desvalidos.
La integraron Don Washington Quintela, como presidente, Don Ruben Tuvi como vicepresidente y Domingo Piegas Oliú, como secretario. Doña Raquel Barrios como Tesorera y Don Casimiro Bugallo y Don Anibal Lazo Batista.
Domingo Piegas Oliú
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Reconstrucción de parte de las palabras dichas por el autor el día 31 de Octubre de 1991, en la sede de la “Casa de la Cultura de Pan de Azúcar, Álvaro Figueredo”, con motivo de la mesa redonda organizada por las Comisiones de Cultura de Pan de Azúcar, en homenaje y recordación del Indio Miguel.
Contenido en Revista Letras Nº 4 1992 – 1993